Recordando tiempos pasados he de mencionar
las dos semanas que pasé en Kunshan hospedado por mi muy mejor amigo Curtis, en esa “pequeña” ciudad de 3 millones de habitantes
que se encuentra entre la mastodóntica urbe Shanghai y la tradicional y turística
Suzhou.
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Entrada a Tinglin Garden |
Tras los desastres acontecidos en los capítulos
anteriores que podéis comprobar aquí, si os perdísteis alguno, me ví en cierto
modo obligado a exiliarme a Kunshan con mi amigo Curtis que me ofreció de buena manera
el sofá de su casa mientras conseguía reponer fuerzas y encontrar una salida a
una situación un tanto extraña, teniendo que empezar de -1 cuando aún ni
siquiera había empezado a adaptarme al país. De hostias iba la cosa, pero yo
venía con la jeta endurecida ya de casa.
La vida en Kunshan es un poco bastante
diferente a Shanghai. En Shanghai es difícil perderse puesto que a cada dos o
tres calles tienes una señal de metro y sólo tienes que ir a la estación de
metro más cercana para saber por donde estás y si eres un hacha en cuanto a
orientación se refiere te puedes guiar con las placas de las calles, que te
indican si van de Norte a Sur o de Este a Oeste. Por contra, en Kunshan, jamás
y repito, JAMÁS deberás alejarte de Reimen Avenue, que atraviesa la ciudad
entera y es la arteria principal de la que salen el resto de las calles. Si te
alejas mucho de esta calle, amigo mío, lo tienes chungo porque las calles son
iguales y allí la gente no habla mucho inglés que digamos. Pero claro, todo en
esta vida en una aventura y mola meterse por esas callejuelas y perderte un
rato, ¡pero no mucho!
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Templete en lo alto de la montaña |
Kunshan es como otra ciudad cualquiera, lo
más destacable de ella es el Tinglin Garden, que es un enorme parque, (porque
eso no es un jardín), con zoológico incluido y una gran montaña en el medio. En
este paque hay también diferentes atracciones para niños, un lago donde se
pueden alquilar barcas e incluso pelotas gigantes donde te metes dentro y te
tiran al lago y ¡ale, a corer por el agua un ratico! El día que nosotros fuimos
había un montón de gente, además de que el tiempo era muy bueno, soleado y con
buena temperatura, algo que apetece cuando sales a dar un paseo por un paraje
de este tipo.
Estuvimos en el zoológico que costaba unos
20RMB, y fue un poco un desperdicio de dinero, porque de lo que más tenían eran
tigres, y estaban los pobres despatarrados en sus jaulas y entre el calor y las
heces de los animales, el hedor del lugar era insoportable, así que no estuvimos
allí más de 20 minutos. Después de una larga caminata, visitar un pequeño
templo que había allí, porque el parque es bastante grande aunque no lo parezca,
nos decidimos a tirarnos al monte y subir hasta lo alto de la montaña a ver qué
se cocía por aquellos lares. Al empezar a subir nos metimos por un bosque de
bambúes genial, que provocaba una
sensación la mar de agradable, entre la temperature, el vaivén del bambú y el
sonido de sus hojas.
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Camnino entre el bambú |
Existe un trazado bien definido para
subir, asfaltado incluso, pero claro, el que aquí escribe es más bien parte
humano parte cabra montesa, así que con mi espíritu aventurero y los gritos de
mi colega “¡Tío nos vamos a matar!” En vez de tirar por donde estaba asfaltado
y por donde va la gente NORMAL, este tío se metió por el lado contrario de la
montaña, donde había una pendiente que pa qué y sin nada que te frenara si te
caías, amén de un cartel que ponía algo de prohibido
el paso, suelo militar, pero yo ni caso, soy una cabra y tiro por donde me
sale de...ejem, eso.
Resulta que en lo alto de la montaña hay
un radar militar enorme, aparte de un mirador y un restaurante. El radar estaba
custodiado por dos tios con muy malas pulgas, que claro, creo que pocos
extranjeros habían visto y pensarían que éramos espías o algo que paso que dábamos
siempre buscaban tener una visual sobre nosotros para mantenernos controlados.
Nos subimos al mirador y las vistas no estaban nada mal, pero eran mejores
desde donde estaba sentada esta parejita, puesto que no había mucho que te
tapara la vista y podías contemplar la ciudad de Kunshan casi por completo.
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Kunshan |
La vuelta fue un poco más normal, ya que
bajamos por el camino normal y volvimos a la mítica Beimen Road, donde mi
colega vivía antes, pasando de largo de los adivinos que se apostan en los
alrededores del parque, algunos más pintorescos que otros, tanto que parecían
sacados de películas antiguas chinas. El resto de los días los pasé buscando
trabajo durante todo el día, de vez en cuando haciendo entrevistas por Skype,
alguna que otra visita a Shanghai, los fines de semana en el Whales Bar donde
tocaba todas las noches una banda de la que nos hicimos amigos y eso sí, mucha
XBOX y mucho McDonalds, pero fueron realmente como unas vacaciones.
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Oteando el horizonte |
Al poco tiempo encontré el trabajo en el
que estoy ahora mismo y me volví a mudar a la gran urbe, de nuevo al estrés y a
las grandes distancias para ir a cualquier lugar, no sin antes echar un poco de
menos la tranquilidad, lo pintoresco de Kunshan y las historias que se quedarán
en esa “pequeña ciudad” justo a la salida de Shanghai, allí a la derecha.